lunes, 24 de marzo de 2008

EN BUSCA DEL ESTANQUE PERDIDO


Recuerdo que durante nuestra adolescencia, en la época del Liceo, mis compañeros de curso (mis únicos amigos en esa época) y yo, solíamos salir a caminar en las tardes, después de las clases y del almuerzo. Eran sagradas nuestras dos o tres excursiones a la semana como mínimo, a lugares algo apartados del pueblo, donde abundaban los árboles, los arroyuelos, el campo. Recorríamos toda la periferia rural de nuestro Nacimiento, buscando lugares cada vez más nuevos para nosotros. A veces poníamos nombres a pequeños canales, senderos o lomas, y los llamábamos así por siempre. Mientras caminábamos contábamos historias, chistes, hablábamos de nuestras cosas, y hasta cantábamos. Todo mientras respirábamos un exquisito aire, lejos del podrido olor de las industrias.

Nuestro lugar favorito quedaba como a dos horas caminando. Cuando nos despedíamos después de clases, alguien daba la idea: “vamos al cerro hoy día”. Casi siempre era yo el más entusiasta. Allí íbamos también los fines de semana, salíamos casi de madrugada de nuestras casas para aprovechar bien el día. Llevábamos comida y todo lo necesario (incluyendo cigarrillos). Después de cruzar la carretera, caminábamos por un extenso llano hasta dejar atrás el ruido urbano. Había que atravesar sitios privados (muy sigilosamente), arroyos, delgados puentes de troncos atravesados, bosques, subir empinadas cuestas, bajo el ardiente sol o la fría lluvia invernal. En los puentes donde parábamos a beber agua y descansábamos, siempre escribíamos cosas; mensajes, saludos, y los nombres de las niñas que nos gustaban. Cuando éramos varios, entre 6 y 8, jugábamos a la guerra de terrones y a la estrategia militar. Más de una vez tuvimos serios problemas con alguna jauría de perros, de las casas de campo. Y así, hasta llegar al Mirador, un lugar desde donde se podía ver nuestro pueblo completo, muy a la distancia, y de fondo el horizonte y el volcán Antuco. Nunca he vuelto a gritar tanto y a sentirme tan libre. A veces éramos sólo Rodrigo y yo, donde el paseo y la conversación se tornaba un tanto más intelectual. Improvisábamos poemas mientras caminábamos, según el paisaje. Hablábamos de cosas mas serias, y criticábamos (y arreglábamos) el mundo entero. Muchas teorías nacieron en esos viajes y en ese lugar. También muchas ideas que nunca se concretaron. Pero siempre ese lugar tuvo una mística. Para todos nosotros, para todo el grupo, ese lugar era muy especial.

Pero ese no era nuestro objetivo. Muy cerca del Mirador estaba nuestro lugar: El Estanque. Era una antigua represa abandonada, atrapada por la selva, a la que costaba mucho llegar. El agua era muy fría y de un color verde intenso. El único que se atrevió a bañarse allí fue Rodrigo, y nunca pudo tocar el fondo. El lugar estaba rodeado de arboles nativos, telarañas inmensas, y cerros por ambos lados. Ahí nos pasábamos casi todo el día, buscando nuevos pasadizos, refrescándonos y “vegetando”.

Al regreso, muchas veces ya oscuro, al pasar por el mirador podíamos ver las luces de Nacimiento, Coihue, Mininco, Angol, Renaico, y la lejana iluminación de Los Angeles, que también alcanzábamos a divisar. Ahí, comenzaban los cuentos de terror, y el intento de asustar. Al pasar por el bosque de grandes pinos antes de salir al camino, la oscuridad siempre era tal que nadie podía ver nada, y no faltó la ocasión en que no aguantamos el miedo y salimos corriendo, para salir luego del bosque (cuántas veces nos caímos y rodamos por el suelo en esa situación). En fin, nunca me olvidaré de todas esas anécdotas e historias.

Durante ocho años no volví a visitar ese lugar, y jamás estuvimos todos juntos de nuevo, de una sola vez. Nadie volvió a plantear la idea de “ir al cerro”. Ahora la vida de adulto era más importante, los estudios, el trabajo, qué sé yo. Pero la nostalgia me atrapó hace unas semanas, antes de las fiestas patrias. Rodrigo (ahora en U.S.A.) y todos los otros ya no están. Pero les planteé la idea a mis hermanos, mis amigos de la actualidad, y nos embarcamos en la búsqueda. ¿Búsqueda? Sí, porque yo sólo me acordaba del camino inicial, una vez en el cerro, habría que buscar todos esos lugares y senderos, para llegar al estanque y al mirador. Pensé que sería fácil, una vez estando arriba. Pero no fue así. Afortunadamente, Marko y Oscar me siguieron a todas partes sin reclamar. Claro, nos perdimos. Intentamos atravesar un cerro siguiendo el ruido del curso del agua, del arroyo que bajaba desde el estanque. Pero fue imposible atravesar el tupido bosque nativo. Lo pasamos muy bien, recorrimos harto y respiramos mucho aire puro. Pero se nos oscureció y el estanque no apareció. Después me di cuenta de que el gran bosque de pinos, el que yo tenía como referencia (el oscuro bosque de la noche) ya no estaba. Lo habían echado abajo, por lo visto hace ya varios años, porque no quedaba rastro alguno. Nunca me pude ubicar, y la expedición fracasó. Perdidos, y hasta algo asustados, tuvimos que pasar a una casa en busca de orientación, para poder salir al camino. Y así, después de mucho caminar de regreso, volvimos a Nacimiento y a la rutina. Era un día domingo, y al siguiente había que trabajar. Pero estoy seguro que volveré allí. No sé cuándo, pero ahí estaré.


Porque tengo lágrimas reservadas para derramarlas en el Estanque, y un suspiro oculto para el Mirador, que liberaré cuando sienta el viento sobre mi cara, mirando al horizonte, recordando un tiempo que ya no volverá.

miércoles, 19 de marzo de 2008

SUEÑO DE ABRIL


Hay un sauce en medio del río
Llora sobre el agua y me ve pasar
En lo alto el sol vigila
Y observa cómo el agua arrastra mi cuerpo
La corriente me lleva
Millas y millas de flotar
Con mis ojos apuntando al cielo
Al azul interminable
Y al vacío infinito.

Lloro como un niño
O un sauce
Cuando veo el cielo cubrirse de gris
La lluvia cae sobre mi cuerpo flotante
Y cierro los ojos
Para no ver el triunfo de la tormenta.

El cielo llora
El sauce llora
Yo lloro
Entonces ella aparece
Cubre todo con su manto
Y el frío me atrapa.
La noche ha llegado.

Un banco de arena me detiene
Me pongo de pie y bailo
Es la danza de la soledad
La noche de Abril es la única testigo
Bailo sobre la arena y el río
Bailo bajo la lluvia implacable
Bailo y bailo.

Una lechuza me sobrevuela
Blanca como un fantasma
Se interna en el bosque y se posa en algún árbol
Yo no puedo ver nada
Ella llama desde lo profundo
Y abandono el río siguiendo su llamado
Ella convoca mi alma al sueño interminable
Y me entrego al bosque y a la noche.

La visión nebulosa confunde mis ojos
La oscuridad aveces puede engañar la mente
El brillo de la luna aparece
Tímidamente entre las nubes nocturnas
Y finalmente escucho el grito del tiempo.
El ave fantasma vela la noche
Mientras me duermo sobre el musgo húmedo
Para soñar eternamente
Hasta encontrar el verso perdido.