viernes, 17 de julio de 2009

EL FANTASMA DE JUAN GARCÍA


Todos los años, en Junio, en el mismo lugar donde desapareció Juanito, la gente se juntaba para honrar su memoria. Ese domingo estaba nublado y corría esa fría brisa marina que levantaba los cabellos. Toda la playa se contagiaba de nostalgia y algunos, incluso, mojaban sus descalzos pies con las pequeñas olas que se desintegraban en la orilla. Hace cuatro años que en aquella playa de Penco pasaba lo mismo. Los familiares más cercanos lloraban, los amigos y compañeros del liceo miraban con tristeza hacia el horizonte, como recordando. Algunos escribían su nombre en la playa, otros lanzaban flores al mar, otros hasta rezaban. Dicen que hace milagros, pero Juanito no recuerda haber hecho nada. Él seguía en ese lugar, invisible y flotante. Y se sentía bien en Junio, cuando lo visitaban.


Ese día, la gente sintió su presencia. Tal vez porque Juanito cumpliría 21 años, tal vez, porque a cuatro años de partir ya lo extrañaban demasiado, o tal vez porque los vecinos decían que él había sanado el cáncer de don Moncho, que tenía el depósito de vinos en la esquina de su casa. Juanito estaba contento porque don Moncho se sanó, pero no recordaba haber intervenido. Comenzó a llover, y las gotas de la lluvia se mezclaban con las lágrimas de los deudos. Se sentía una presencia en el aire, se respiraba algo raro, algunos sintieron miedo.


Los ex compañeros de curso comenzaron a ponerse nerviosos y se acordaban de aquella noche, en la casa de Marcela, cuando finalizó la fiesta y bajaron a la playa. Era la primera vez que Juan García bebía, y ellos lo habían inducido a hacerlo. Jamás pensaron que su compañero se embriagaría tanto, y menos que esto haría que escaparan de su interior todas sus angustias, rabias y penas. Nadie sabía que Juan García sufría depresiones y esas cosas. Nadie sabía que iba al médico y que tomaba pastillas. Remedios y alcohol: mala combinación.


La lluvia y el viento aumentaron. El cielo se oscureció casi tenebrosamente y el mar se enfureció. Los viejos hablaban de milagros y manifestaciones, los jóvenes temían algún castigo divino. Pensaban que eran culpables, que si no fuera por ellos, Juan García no se habría tirado al mar esa noche, hace cuatro años. La tormenta se apoderó de aquella playa de Penco, y todos subieron al pueblo, escapando; algunos de la lluvia, otros de los recuerdos.


Pero Juanito no le deseaba mal a nadie. A él tampoco le agradaba la lluvia ni el viento. No sabía porqué había dejado el mundo, tampoco por qué no podía ir a otro lugar. Pero se sentía bien, aunque muy solo. Y le gustaba que llegara Junio, todos los años, y que lo fueran a visitar, en esa playa de Penco.